Dos maneras de añadir bien a nuestro matrimonio
- Soraya Cupido
- 11 sept 2019
- 5 Min. de lectura
Le da ella bien y no mal, todos los días de su vida.
Proverbios 31:12
Para que un matrimonio sea sano y funcional, se requiere que ambas partes (esposo, esposa) colaboren. Pero hoy me centraré en la parte en la que como mujeres y esposas, nos compete.
Por ello, aquí les dejo dos maneras en las que podríamos contribuir al bienestar matrimonial.
1. Respetar las funciones del hombre.
En otras palabras lo diría como: "Dejemos que nuestro esposo ejerza su hombría".
Para descubrir un poco cómo podemos hacer esto, es necesario recordar al hombre en los inicios de su existencia. Cuando Dios creó al hombre, le dio por lo menos cinco funciones, que si observamos detalladamente, podríamos comprender un poco más a nuestro marido.
Ser líder: Dios le dio esta función y posición al varón al crearlo primero.
Ser maestro: Las instrucciones importantes sobre cómo debía ser el comportamiento de los humanos en el huerto del Edén (no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal , por ejemplo, fueron dadas a Adán y él debió enseñarlas a Eva).
Ser cultivador: Cultivar el huerto del Edén, es una labor simbólica de lo que el hombre tiene capacidad para hacer actualmente, cultivar a su familia y a todo lo que le rodea.
Proveer: La fuerza física con la que Dios dotó al varón, tiene al menos dos funciones, buscar alimento, sustentar y sostener a su familia, y el punto que sigue...
Proteger: una función clara que Dios le dio al hombre es la de "cuidar el huerto" Génesis 2:15, en su naturaleza está el ser protector.
Tener un panorama de las funciones de nuestro esposo, puede ayudar mucho a que permitamos que él las ejerza. Pero tener claro que, más que funciones, también son sus necesidades, quizás nos ayude un poquito más. Pues cuando como esposas, llegamos a estorbar alguna de éstas funciones, nosotras mismas estamos minando nuestro hogar.
Recuerdo cuando mi esposo y yo estábamos próximos a casarnos, le hice un listado de preguntas que consideraba importantes antes de entrar en un compromiso para siempre. Entre esas preguntas estaba "¿Qué opinas de que yo trabaje?" Su respuesta fue sincera, amable y respetuosa, él me dijo "Yo prefiero que no lo hagas, no por ti, sino por mi, creo que eres muy capaz de hacer cualquier cosa que te propongas, pero estoy convencido de que, cuando a un hombre se le aligera la responsabilidad de algo, él simplemente deja de pelear y esforzarse. Aunque si decides hacerlo, adelante, no te lo voy a impedir". En ese momento, no alcanzaba a ver lo que mi esposo me estaba tratando de expresar, simplemente, decidí respetar su postura. Ha sido a lo largo de los años, que he visto y vivido a lo que se refería. En ese momento, en pocas palabras, mi esposo me estaba pidiendo que no le hiciera un mal, pues él necesitaba desempeñar la función de proveer y estaba en toda la disposición de hacerlo. Yo decidí no contribuir a los ingresos de la casa, no por mi bien o mi comodidad, sino por el bien de mi esposo, me di cuenta, que para él era una necesidad sostener su casa.
Éste es sólo un ejemplo personal, pero en cada matrimonio en particular, hay cientos de situaciones en las que podemos permitir que nuestro esposo ejerza sus funciones, no con actitud de exigencia, sino con respeto, simplemente recibiendo lo que él tiene para darnos.
Para lograr esto, necesitamos mucha humildad, pues en una sociedad en donde se le incita a la mujer a "empoderarse" y deslindarse de lo que el hombre le ofrece, es muy fácil cruzar la línea en la que pasamos a ser nosotras mismas las que convertimos a los hombres que nos rodean, en hombres apagados, pasivos, atribulados y confundidos. Y después, somos nosotras mismas, las que nos vemos en la "necesidad" de hacer las cosas porque "nuestro esposo no puede" o "nuestro esposo no quiere", incluso, llegamos a no sentirnos lo suficientemente amadas porque él ya no lucha. Pero sin darnos cuenta, fuimos nosotras quienes llevamos por ese camino a nuestro esposo.
Si él no hace algo que le corresponde hacer, la peor manera de responder ¡Es haciendo las cosas nosotras!, esto es un grave error que es muy común en los matrimonios. Uno de los detalles que como mujeres debemos corregir o evitar, es hacer las cosas cuando un hombre no las hace, precisamente por esto, es que ellos terminan volviéndose pasivos y disfuncionales. Y entramos en un círculo vicioso en donde ya no logramos ver en qué momento saldremos de él. Por supuesto que hay excepciones como las madres solteras, viudas, mujeres que no están casadas, etc. Con esto que escribo, me estoy refiriendo a las mujeres que tienen un esposo sano, fuerte, en condiciones de funcionar. Si al analizar nuestra vida, estamos desempeñando alguna de las funciones que le corresponde a nuestro esposo, vayamos a Dios, pidiendo sabiduría para detener esa situación. Probablemente, esto traiga orden a nuestra vida y el orden de Dios, trae paz.
Si nosotros permitimos que ellos ejerzan su función, será más fácil para nosotros ejercer la nuestra.
2. No ser contenciosa
En varios pasajes de la Biblia, podemos encontrar que es mejor vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa.
Estoy segura de que, una habilidad muy importante a desarrollar como esposa, es la de saber comunicar. Insisto en que la manera en la que expresemos nuestras necesidades y puntos de vista, influye en la medida en que seremos escuchadas.
Si al momento de dirigirnos a nuestro esposo, lo hacemos con arrogancia, en tono mandón, de manera irrespetuosa, y con tono de pleito, lo menos que vamos a obtener es consideración por parte de nuestro cónyuge. Esto no solo nos daña al no ser escuchadas y sentirnos ignoradas, sino que probablemente, aquello que estamos expresando es importante y por falta de sabiduría al hablar, la reacción de nuestro esposo puede llegar a ser errada y puede llegar a no tomar en cuenta algo importante.
La actitud con la que nos dirijamos hacia nuestro esposo, puede determinar muchas cosas. El apóstol Pablo menciona, que la actitud de una esposa, puede llegar a influir en su esposo para salvación Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer? 1 Cor 7:16. Ahora imagina lo que podría hacer para nuestro matrimonio. El respeto nunca pasa de moda. Esto no significa que para ser respetuosas debemos perder nuestra personalidad, ser esclavas silenciosas con miedo a expresarse. El respeto se respira en nuestra actitud, en las palabras que usamos, en los tonos en que hablamos. Cuidemos nuestras palabras al hablar. Busquemos ser asertivas al expresarnos.
En resumen, hay muchas maneras de añadir bien a nuestro esposo, la que es universal para todo hombre, es la del respeto.
Seamos consideradas con ellos, permitamos que ejerzan la hombría que verdaderamente vale, aprendamos con humildad aquello que ellos tratan de enseñarnos, permitamos que nos protejan, dejemos que dirijan su casa, respetemos sus reglas (siempre y cuando éstas no vayan en contra de los mandamientos de Dios), dejemos que ellos sean los proveedores. Cada cosa que el hombre le da a una mujer, es una semilla, esa semilla tarde o temprano llevará su fruto. Multipliquemos lo bueno que nos dan. Y en aquello que consideramos "no tan bueno" (porque son humanos imperfectos), seamos pacientes y con oración y amor, acompañemos a nuestro esposo en esa transformación que Dios va haciendo en las vidas de sus hijos.

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