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Tres razones para no enseñar a competir a nuestros hijos

  • Foto del escritor: Soraya Cupido
    Soraya Cupido
  • 11 sept 2019
  • 6 Min. de lectura

Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

Mateo 20:26-28


Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, podemos ver que muchas conductas sociales incluyen el ser competitivo, no me refiero a la capacidad de funcionar o responder ante cierta situación, en este caso, me dirijo más hacia la rivalidad o competencia intensa.


Durante mi vida, he tenido la oportunidad de ver diferentes situaciones en las que sale a flote la competencia, y que lamentablemente, más que hacer un bien o edificar a las personas, forma parte de personalidades disfuncionales e inseguras, dañando relaciones o impidiendo disfrutar lo que otras personas pueden ofrecer a nuestra vida.


El ser humano es experto ingeniándoselas para crear competencia, cosas como "veamos quién es la mujer más bonita del mundo", "el hombre más fuerte", "el niño más listo de la escuela", "el hombre con la esposa más bonita", "la mujer con los hijos más listos", "la iglesia con más miembros", y la lista es enorme. Éste tipo de cosas se han hecho tan común en la sociedad, que podemos fácilmente, pasar desapercibidos de los daños que pueden llegar a causar este tipo de situaciones.


Por todo esto y unas cosas más, aquí les dejo tres razones por las que considero la competencia, más que algo bueno, una situación de cuidado:


1. La competencia no edifica.


Cuando nuestras actitudes son de rivalidad y competencia, perdemos el enfoque de lo que verdaderamente importa, esto se debe, a que, en lugar de enfocarnos en lo que estamos haciendo, y tratar de ser eficientes en eso, pasamos nuestra vista a lo que está haciendo la otra persona. Esto lleva muchas veces, a que en lugar de tratar de ser excelentes en algo, pasamos a tratar de ser, simplemente, mejor que el otro. Aquí se generan por lo menos dos situaciones. La primera: nuestro potencial se queda limitado, pues, probablemente, podríamos haber alcanzado metas más beneficiosas, pero nos quedamos siendo, simplemente, mejor que el otro (eso en caso de que logremos "ganar"). Y la segunda: es muy probable que en cualquier momento, llegue alguien mejor que nosotros y el ciclo sigue, vamos tratando de ser mejor que otros y no tratamos de ser, simplemente, mejores cada día.


En lo personal, no permito que mis hijos compitan absolutamente por nada, frases como "te voy a ganar a hacer esto", "yo llegué primero" o "vamos a ver quién gana", no son permitidas en nuestro hogar. Esto es así, simplemente por el hecho, de que "ver quién llega primero" o "ver quién acaba primero" es completamente irrelevante.

Lamentablemente, he visto de muy cerca cómo algo tan inocente como "te voy a ganar en esto", ha causado problemas grandes en personas durante toda su vida, he visto personas de más de 50 años, que no logran sobrellevar el hecho de que otros hagan algo "mejor o más rápido" que ellos, he llagado a ver desatarse problemas por cosas absurdas como "mis hijos son mejores que los tuyos", "yo soy menos malo/a que tu", "mi filosofía de vida es mejor que la tuya" y la lista sigue. Para ser honesta, no veo la edificación en ver quién es mejor o quién es más rápido. Al contrario, al haber un ganador y un perdedor, realmente se pierde más de los que se gana. La realidad es que Dios nos hizo únicos, cada persona tiene mucho que ofrecer a las personas que les rodean, competir por cualquier cosa es absurdo porque somos diferentes, pueden haber dos personas tratando de hacer una misma cosa y ambas hacerla de manera única y original. La competencia nos limita, nos estorba para llegar a ser lo que realmente podríamos llegar a ser.


2. La competencia surge de la ausencia de identidad.


La inseguridad o falta de identidad en una persona, se manifiesta fácilmente durante la competencia. Cuando competimos, estamos dejando que otro dicte lo que somos. Si por ejemplo, María sobresaliera en un grupo de personas por ser "la más lista", podríamos decir que ella es la más lista de ese lugar, pero la realidad es que, podría ser que no fuera realmente lista, su identidad de "persona lista" se está basando en sentirse "superior" a un grupo de personas, pero este estándar no dictaría realmente lo que es.

A lo que me refiero con todo esto, es que, cuando una persona está consciente de sus capacidades, no necesita demostrarlas o presumirlas. Las habilidades y virtudes que podamos llegar a desarrollar, tienen una función en nuestra vida y en la del prójimo, pero ésta, está completamente alejada del hecho de competir.


Nuestro Señor Jesús, nos mostró claramente una de las funciones que tienen nuestras habilidades y nuestra vida. Mientras los discípulos tenían una disputa sobre quién sería el mayor, Él les dijo claramente:


"el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" Mateo 20:26-28.


La contraparte de la competencia y rivalidad es el servicio, ser útiles y productivos para otros. Si nosotros tenemos muy claro quiénes somos y las habilidades que poseemos, tendremos mucho más que ofrecer a nuestro entorno y a nuestras relaciones interpersonales.


En lo personal, tengo mucho cuidado en no fomentar la competencia y rivalidad entre mis hijos, ésta postura podría parecer extrema, pero mi esposo y yo hemos visto las consecuencias destructivas que llegan a surgir en las familias en las que se fomenta o se permite la competencia, y definitivamente, no es algo que busquemos para la nuestra. Para nosotros, no son aceptables frases como "ser un buen perdedor", "fulano es mejor que mengano" o cualquier cosa parecida a éstas.


3. La competencia promueve sentimientos destructivos.


Es posible, que si durante nuestra vida, no hayamos tenido "muchas derrotas" o nos haya tocado "ser el mejor" en más de una ocasión, ignoremos en cierta medida lo que la competencia genera en otras personas. La pregunta aquí es ¿y qué pasa con la persona a la que le toca perder? ¿Qué sucede en su corazón?. En el mejor de los casos, las personas que no logran ser los "ganadores" podrían sentir un poco de derrota y seguir adelante con su vida, enfocarse a otra cosa y dejar pasar el mal rato o permitir sentimientos de rivalidad y buscar revancha. Pero la realidad, es que, la competencia se presta para que en los corazones se desarrollen sentimientos destructivos como envidia, rivalidad, enojo, pleitos, amargura y celos. Afrontémoslo, muchas personas se quedan estancadas en la derrota y la rivalidad, sobretodo, cuando ésta se da entre familiares, amigos o conocidos. Quizás, después de haber "ganado" alguna situación de competencia, debamos preguntarnos ¿Cómo es que mi victoria edificó a mi hermano?.


He llegado a ver casos de competencia en los que es inevitable usar el adjetivo "absurdo", he visto a un grupo de mujeres compitiendo por ver quién se casa primero, hombres compitiendo por ver quién tiene el trabajo mejor remunerado y he llegado a ver casos de mujeres compitiendo por ver cuál de sus hijas ¡llega a tener su periodo menstrual primero!.


Por este tipo de situaciones, es que me tomo muy en serio este asunto de la competencia y rivalidad. Prefiero esforzarme en que mis hijos se conozcan, desarrollen sus habilidades al máximo, pero no en comparación a otros, sino que siempre traten de ser mejor y que en un futuro, usen lo que Dios les ha dado para servir a otros.


También quiero mencionar, que hay una diferencia entre competir, y observar a otros para inspiración o para darnos una idea de lo que podemos hacer, honestamente, creo que esa es una de las cosas bonitas de vivir en comunidad, aprender de otros y apoyarnos en ellos.


Finalmente, prefiero tomar el ejemplo de Jesucristo, quien siendo Dios, no anduvo por ahí presumiendo que era Dios, sino que servía y enseñaba a otros, instruía y corregía con su estilo de vida. La mayor inspiración para buscar nuestro propósito personal, es ver detenidamente la vida de nuestro Señor. Una vez que tengamos claro quiénes somos y lo que podemos ofrecer a otros, no tendremos la necesidad de demostrar nada, sino que buscaremos ofrecer lo que tenemos, y cuando llegue a nuestra vida, alguien con una habilidad y dones especiales o diferentes a los nuestros, no nos sentiremos intimidados ni buscaremos competir, sino que disfrutaremos lo que esa persona puede aportar a nuestra vida y podremos aplicar los principios que el apóstol Pablo menciona en 1 Corintios 12, al hablarnos de la función del Cuerpo de Cristo.


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1 Comment


Ruty Pallpa
Ruty Pallpa
Aug 09, 2021

Muchas gracias por compartir esta reflexión acerca de este tema tan recurrente entre niños.Es un asunto que me preocupa en mi niña.

Saludos y bendiciones

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